Y, así, queda establecida
la dicotomía en la que me desenvuelvo.
Que me devuelve una sonrisa
dejándome helado.
Convertido en estatua.
Frío en mi propio Infierno.
Dos caminos que se abren
ante mis ojos.
Pero mis pies ya no se mueven.
No saben qué hay detrás de tus muecas y miradas.
Acertijos de desconcertante reflejo.
Por eso ya se detienen.
Mientras mis iris
prefieren permanecer ciegos.
Perdidos en una oscuridad que insiste en abrazarme.
Que yo mismo me impongo.
Y, sin embargo, lo veo.
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