Y el mar que sostengo entre mis dedos
rompe en tormenta.
De instantes que gritan sordos
desvaneciéndose entre quejas
que liberadas tras vuestras rejas
comienzan a estar ya
cansadas del todo.
Alimentando las tripas
de un ridículo demonio negro.
Que mantiene ingenuo la esperanza
escondido en su madriguera
al calor de un débil resquicio color de fuego.
Incertidumbre, compañera,
ebria de dudas a las que no encuentra solución.
Pecados de un cuerpo
que ya no padece.
Confuso y anestesiado.
Danzando al ritmo del eco
de una mueca caprichosa de tu voz.
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