Con el tiempo hemos perdido nuestra identidad
y acabado por no recordarnos,
peleándonos por enterrar cualquier evidencia
de los errores y aciertos mutuos,
por la potestad de considerarnos algo
que no somos
aunque luchemos por ello.
Un sueño que ya aburre hasta soñarlo.
Pero que siempre acaba,
como último resquicio de la esperanza,
que es gerundio,
despertando.